- 17 de julio 1940
Juchitán de Zaragoza, Oaxaca. No hay iguanas, armadillos, lagartos, chapulines, sapos, conejos o coyotes más fantásticos que los que Toledo traza desde su maravilloso mundo.
Un mundo surgido desde el fondo antiguo de los zapotecas originarios de su Oaxaca entrañable, que Toledo recoge y muestra al mundo su magnificencia a través de sus colores que son transformados en lienzos cosmogónicos de los zaes que habitan su universo y continúan caminando esta tierra.
Francisco Benjamín López Toledo nació el 17 de julio de 1940 en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, aunque Angélica Abelleyra en su libro “Se Busca un Alma”, refiere que Toledo nació en la “colonia Tabacalera del Distrito Federal, en la calle José María Iglesias 21, a las 21:30 horas del 17 de julio de 1940, su acta de nacimiento registra diez días posteriores” *, sin embargo, el artista expresa orgullosamente ser juchiteco de origen y nacimiento.
Hijo de Francisco López Orozco y de la señora Florencia Toledo Nolasco; Francisco López Orozco zapatero de toda su vida.
El pintor, grabador, escultor, ceramista, dibujante, promotor cultural y defensor del patrimonio histórico de Oaxaca y México arriba a sus setenta y seis años de vida, más actual que nunca.
El creador de un universo poblado por seres fantásticos es un personaje mítico que transita libremente por la verde Antequera, con huaraches y cabello rebelde que cubre la memoria increíble que Toledo ha desarrollado por su peregrinar por todo el mundo, sin cortar el cordón umbilical de su origen indígena que expresan su existencia a través de sus trazos y creaciones, que son un remolino interminable de colores y seres maravilloso que fluyen de su pincel.
Toledo es un personaje querido por el pueblo, amado por los creadores y que preocupa a los nefastos, un hombre sencillo, humilde y humano, a quien le duele lo que México sufre, que lucha por su cultura y se confirma con ella, en su devenir diario, en su comida y vestir.
A los once años se instaló en la ciudad de Oaxaca, para cursar la escuela secundaria. Y después en México,D. F., para tomar clases en el taller de grabado de la Escuela de Diseños y Artesanías, con la experiencia de haber realizado sus primeros grabados en el taller oaxaqueño de Arturo García Bustos. Con apenas diecinueve años, expuso sus obras en México y en Fort Worth (Texas).
Entre 1960 – 1965 fue becado para estudiar en Paris y trabajar en el taller de grabado de Stanley Hayter.
Toledo recupera técnicas antiguas e investiga con otras nuevas, tanto en la pintura como en la escultura y la cerámica. Diseña tapices que realiza con los artesanos de Teotitlán del Valle. El color y la riqueza étnica y cultural de Oaxaca catalizan su creatividad y su obra, como la de tantos otros artistas plásticos locales y extranjeros.
Los críticos resaltan que el modo obsesivo con que el artista trabaja las texturas y los materiales, tales como la arena o el papel amate (el papel precolombino, hecho con corteza machacada del árbol llamado amatl o amate), así como la maestría con la que materializa su creación consiguen el efecto de que su obra parezca vibrar como si la criatura híbrida de animal y hombre, o el insecto, o la iguana, o cualquiera de sus seres tropicales pugnaran por cobrar vida real. Esa sensación inquietante que percibe el observador de la obra acaba por meterlo irremisiblemente en la visión, en el realismo fantástico del autor.
Toledo llega a los setenta y seis años con los muertos de Tlatlaya, los cuarenta y tres desaparecidos de Ayotzinapa, con los muertos de Nochixtlan, con un bloqueo carretero del magisterio que lleva más de cuarenta días, Toledo llega a los setenta y seis años con una profunda tristeza de lo que pasa en México, que sus imágenes híbridas y fantásticas vuelan por el universo de la incomprensión, en un mundo surrealista de la política mexicana, en la sordera desquiciante de los gobernantes ciegos.
Toledo camina el columpiar de las calles de Oaxaca con su mirada en el cielo, buscando a sus zaes que pareciera que los han abandonado igual que la vieja historia de Dios crucificado, mientras ve por sus calles el abandono de su pueblo, y él continúa su marcha creativa como el tempo perpetuo de la creación incansable.
*Libro “Se busca un Alma, de Angélica Abelleyra, editorial Plaza Janes, Primera Edición 2003, página 16, impreso en México.