Cuenta una leyenda zoque de Los Chimalapas de Oaxaca que un día una pareja de jóvenes se casó, y al poco tiempo la mujer se murió. El viudo quedó muy solo, pues no alcanzaron a tener hijos. Un día se fue a trabajar, cuando regresó a su casa tenía tortillas preparadas; las vio y se las comió.
Al siguiente día volvió a suceder lo mismo: se fue a la milpa y al regreso tenía sus buenas tortillas calientitas. Desconcertado el joven le preguntó a su vecina si era ella la que le estaba preparando las tortillas, para darle un jabón en correspondencia; pero la vecina le contestó que no era ella la que le “echaba” las tortillas. Por más que indagó, Aurelio no obtuvo una respuesta satisfactoria, nadie sabía nada. Un día que llegó más temprano de trabajar y vio a su esposa echando las tortillas. Aurelio se puso feliz de haberla encontrado, y a pesar de ser un espíritu, tuvo relaciones sexuales con ella. La joven le dijo que estaba contenta de haber tenido relaciones y que al verlo tan solo había decidido regresar del más allá para hacerle sus tortillas. También le dijo que estaba embarazada y que en quince días regresaría a tener el hijo en la casa.
A los quince días justos, la esposa regresó para dar a luz. Cuando el nene nació la mujer lo tomó en sus brazos y lo dejó en el petate acostado. Aurelio cuidó al niño y lo crió con esmero. Cuando el muchachito estuvo grande, Aurelio no lo podía controlar, así que lo llevó con el señor cura para que él acabara de criarlo, porque era su padrino de bautizo. Pero sucedió que el padrino-cura tampoco lo podía controlar, y decidió mandarlo a la montaña a buscar un anteburro (tapir). Y le dijo: – Si me traes el anteburro, voy a reconocer que eres un hijo de catorce días; es decir, el hijo de una muerta.
El muchacho partió a la montaña. Por la tarde regresó montado en el anteburro. El cura se asombró y le preguntó dónde lo había encontrado y cómo le había hecho para agarrarlo. El padrino le ordenó que regresara a la montaña a traer un tigre antes de que lo matara. El chico cumplió lo ordenado y se fue montado en el anteburro. Por la tarde regresó llevando el tigre solicitado. El cura, al verlo junto al tigre se asustó muchísimo, azorado de ver que el chico había podido controlar a una bestia tan feroz. Desesperado, el cura le dijo: -¡Vete, hijo de catorce días, desaparécete de mí vista, espíritu, vete con el demonio, yo aquí no te quiero más!
Y así fue como desapareció el “hijo de catorce días”, desde entonces así se les llama a los espíritus que son incontrolables y no tienen miedo a nada, porque nacieron de una muerta.