A mediados del siglo pasado, un selecto grupo de jóvenes juchitecos de clase media baja que querían estudiar, se fueron a la ciudad de México con el firme propósito de realizar una carrera universitaria o militar, para poder ser profesionistas y regresar a su pueblo, trabajar y ayudar en la medida de sus posibilidades a su gente.
Entre estos jóvenes soñadores que despertaban a la vida, se encontraba cierto paisano que por razones obvias se omite su nombre, se enamoró de una joven muy hermosa y no tenía ojos para nadie. El romance pronto fue conocido por los amigos y paisanos de nuestro citado personaje. El caso es que de pronto un amigo se dio cuenta que dicha joven se veía con otro muchacho y se daban sus besos apasionados ante la mirada indiferente de la gente. La noticia corrió reguero de pólvora entre la palomilla. Todos lo sabían menos él, entonces surge un “amigo” que se atreve a darle la mala noticia a nuestro personaje, quien sin inmutarse comentó: “hasta no ver… no creer”, el caso es que siguió indiferente en su relación ante la mirada atónita y de los comentarios de sus amigos. Cierto día se presenta la ocasión de manera inesperada, entonces los amigos lo llevan a cierto lugar donde se encontraban los tórtolos y le señalan a la joven amada en brazos de otro dándole un furtivo beso enamorado. Con frío sarcasmo el amigo le dice a nuestro personaje: “ve y convéncete por ti mismo de que te queman los pies”, nuestro incrédulo y despistado personaje solo acierta a responder con cierta sorpresa: “lo veo y no lo creo” - al unísono los amigos emiten una sonora carcajada”, aquí cabe recalcar el viejo refrán que dice: “ojos que no ven, corazón que no siente”.