Todas las mañanas a temprana hora, posada en las ramas de algún árbol vecinal; se escucha el canto triste de una paloma torcaza, que dice: “Solita Estoy, Solita Estoy”. Esta ave por lo regular vive en los bosques y campos, se alimenta principalmente de granos y semillas, aunque también comen algunos insectos, hierbas y frutas. En realidad no son perjudiciales a la agricultura; el pequeño daño que pudieran ocasionar, se compensa con el obsequio de sus carnes que es bastante sabrosa y apreciable.
Tanto el ave como su gorgogéo, trae a mi mente, el pasado remoto de otras épocas; cuando en las madrugadas de antaño, al aparecer “Venus” en el horizonte, conocido por los campesinos como “Belegui”; era señal de partir al campo, a desarrollar las faenas del día; se uncía de inmediato la yunta a la carreta y en ella todos los aperos listos, incluyendo el bastimento y el arado inhiesto, se arrancaba rumbo a las sembraderas. Al rodas las carretas sobre aquellas calles arenosas del pueblo, chirriaban sus ruedas, confundiéndose con los silbidos familiares entre los campesinos, señal de estas prestos para agregarse a la partida. Los perros fieles a sus amos, seguían a estos caminando por debajo de las carretas a sabiendas que al llegar a su destino eran recompensados con los sobrantes del desayuno.
En las esplendorosas madrugadas de referencia, reconfortaba a los hombres del campo un vientecito fino, viendo a la vez el cielo como consultando la hora a las estrellas milenarias, sobre todo saber las condiciones del tiempo. Conocido el mes de mayo como el corazón de la primavera, al despuntar la mañana con la aparición de los primeros rayos solares; se notaba el camino como alfombrado por las flores silvestres, provocado esto por la tenue brisa marina encargada de hacer llover en finas polvaredas los pólenes como si fuera polvo de oro que enmarcaba la ruta de las carretas hacia su destino. Ya en los campos los trabajadores labraban el suelo con el arado egipcio, otros depositando el grano. Otros más se internaban en los matorrales seguidos por sus perros; a causa de la repentina presencia, alzaban el vuelo bandadas de palomas silvestres y torcazas, a la vez alertaban a las iguanas tendidas sobre las rocas o ramas gruesas de los árboles de huanacaxtle y huizaches.
Al termina el día; por las tardes regresaban los campesinos a sus hogares trayendo consigo en sus carretas; en ocasiones repleta de leñas; redes con mazorcas o élotes; calabazas; sandías; melones, frutas que obsequiaban a sus vecinos, cuando éstos descansaban en las aceras de sus casas. Después de descargar la pesada carga; tomaban sus alimentos y todavía tenían tiempo para ir a echarse un partidito de “Tapuc” en el patio vecinal.
La vida del campo en otras épocas fue muy agradable. Viene a mi memoria una composición poética, de cuyo autor no recuerdo que dice así:
Que alegre y fresca la mañanita,
Me agarra al aire por la nariz;
Una muchacha gorda y bonita,
Sobre un metate muele maíz.
Un mozo trae por sendero
Sus herramientas y su morral;
Otro con chanclas y sin sombrero
Busca una vaca con su ternero,
Para ordeñarla junto al corral.
Y la patrona bate que bate,
Con regocijo y devoción,
Una gran taza de chocolate,
Que ha de pasarme por el gaznate
Con la tostada y el requesón.
Lamentablemente que en nuestro medio todo ha desaparecido, las carretas ya ven pocas, únicamente gozamos de ellas en los paseos alegóricos. En los mítines políticos los contingentes ya no muestran el mar de sombreros de petates, ahora ya todos son catrines, proliferan las gorras multicolores, salvo casos honrosos. Se pregona el temor de perder la identidad, cuando que; esta ya hace mucho que se ha perdido. Lo único que nos fortalece son algunas de nuestras costumbres y tradiciones; además nuestro querido zapoteco del cual; el ameritado maestro Gabriel López Chiñas, expresó; EL ZAPOTECO MORIRA CUANDO MUERA EL SOL.