19
Fri, Apr

Enedino Jiménez: El poeta del aire

Articulos
Typography

A Élida Vázquez Pérez,
musa y compañera del poeta,
con el respeto y afecto de siempre.


La poesía en su más pura expresión se nutre de la vivencia humana, de todas las minucias que se reúnen para dar forma y nombre al mundo cotidiano donde los sonidos, imágenes y texturas nos regalan el asombro de la vida.

Así la poesía de Enedino Jiménez es una cascada desbordante que arrastra los sonidos más claros para el deleite de los oídos, ya que sus versos son cantos de amor y esperanza donde él, como poeta y hombre, se encuentra desnudo de prejuicios y es un sueño hecho cenzontle cantando sobre la rama florida de la ternura, cuando nos dice:

“¿Qué prenda puedo darles este día
hermanas y hermanos míos?
¿Qué prenda puedo darles que se estime
tanto como los bienes que han puesto en mí?
...Espero que acepten
lo único que tengo para dar en este día:
mi corazón entero en un poema.”

Un poema hecho de rodajas de luz que va llenando los caminos de un alfabeto donde el dolor rima con sonrisa, la dicotomía de que todo lo que existe es cambiante, dialéctico, por lo que es necesario llevar el alba al parto de un nuevo día, donde uno se descubre culpable de tanta inocencia, con un manojo de recuerdos en el patio de la infancia, sabiendo que nada es eterno en la flor de la memoria.

“Al abrirse la flor de cada amanecer
elevemos al cielo la mirada...
la ternura es la señal de la bondad,
cualquiera que sea la ruta que llevemos
portemos esa prenda todo el día.
Así, jamás alcanzará la muerte
el sueño que respira en nuestras almas.”

Pero la poesía de Enedino Jiménez nos hace estremecer porque es una cicatriz en el lomo de la realidad, es una denuncia sobre la infame situación social que vive nuestra patria, ante la indiferencia de muchos intelectuales y frente a la voracidad de una política entreguista tejida desde las altas esferas, donde el presidente de la república en turno sólo tiene ojos y oídos para los dueños del capital, quienes sufren de amnesia de identidad nacional y se dedican a destruir la cultura popular y nos enajenan ofreciendo el trueque de nuestras conciencias por el espejo de los medios de comunicación, una verdad que es lacerante y que nos duele como una herida en el costado, como lo dice en este poema.

LA REVOLUCIÓN

Al principio
el peso de mi patria
era igual que el dólar

Ahora
el dolor de mi patria
es el peso del dólar.

En cada hebra de las metáforas que construye como un albañil silencioso, pero lleno de voces, nuestro poeta va desgranando su amor a la vida, su orgullo de ser un binnizá, forjando en la fragua de la lengua zapoteca una poesía que une la sabiduría con la valentía, la cosmovisión de una cultura con profundas raíces en el respeto a la madre tierra y a todos los elementos cosmogónicos, ya que la unión espiritual con el mundo etéreo sólo es posible si existe la armonía entre el hombre y su naturaleza, un sentimiento que se expresa en estos versos:

“Somos el pueblo zapoteca:
los hombres y las mujeres que aman el prodigio de su origen.
Los zapotecas antiguos se llamaban Gula’sa’,
entre sus dioses cuentan el sol, el águila y el tigre.

Aquellos abuelos , con el aliento de las flores
arreglaron sinfonías, elevaron su canto y su danza
sobre el viento y las nubes y el esplendor del sueño.

Así nació la hermandad que registra la costumbre
se los zapotecas vivos,
los herederos que aman el prodigio de su origen.

El amor y su hechizo hace surcos en la piel de esta poesía que Enedino Jiménez, orfebre de la luz, nos ofrece como si fuera una canasta de caricias, besos, guiños, forcejeos por abrirse camino en la intimidad húmeda y descubrir que la ternura sí tiene aroma. El juego erótico es el pulso que enciende los poemas, los proyecta a mutarse en símbolos cabalísticos, jeroglíficos, álgebra y geometría donde la suspicacia concuerda con la certeza en las coordenadas de la libido hasta convertirse en simetría. Todo estos sentimientos cincelados con pasión de juglar, como lo demuestran estas líneas:

“Y cuando exploro los caminos que te forman,
sensible a la marca de mi tacto
pareces arena fina del océano,
la brisa del amor nos lleva lejos
donde mis labios leen
los signos ocultos de tu sexo.”

O estos versos que rememoran el deseo de ser un dichoso romero que cruza valles, montañas, mares, ríos, acantilados, llanuras, selvas y desiertos con el propósito de encontrarle el ombligo a la aurora.

“Después de caminar el universo que tú eres,
me acercara a tu corazón,
y de repente sentir tus suspiros,
y cuando suspiras
me transformara en pájaro
puesto a caer en la palma de tu mano,
cuando tú me abrazaras
beber la dulce leche
que mana en los ríos de tu pecho.”

Amigo del mundo, amigo de la verdad, la integridad humana de Enedino Jiménez es una astilla ardiente que se clava en la lengua de los mentirosos, de los pusilánimes y cobardes que sólo atesoran la riqueza material, olvidándose de la memoria colectiva, del recuerdo por aquellos hombres y mujeres que dieron su sangre por hacer florecer un mañana libre, donde la justicia y la democracia tengan un rostro parecido a cualquier campesino, obrero, estudiante, profesionista o intelectual sin que nos duela la sonrisa por la vergüenza de mirar a los dirigentes políticos hablar de fraternidad e igualdad, aunque sólo sepan vivir del erario, haciendo pactos de cúpula para perpetuarse en el poder y seguir con su triste papel de bufón del Estado. En la poesía de Enedino Jiménez no caben los traidores del pueblo, sólo se reconoce la entrega por la lucha popular con la aspiración permanente de un cambio social. Este reconocimiento se plasma en poema dedicado a Víctor Pineda Henestrosa, desaparecido por el gobierno en 1978.

“Qué diera yo por saber hermano
que convocaría un mitin
y tú serías el orador principal en la plaza.
Como la lluvia en tierra sedienta
Tus palabras caerían en nuestro entendimiento.
El fin del acto sería el presagio
De una fiesta magnífica en tu honor
Que los pájaros con más júbilo
Darían a conocer a los pueblos del mundo.”

Idealista, romántico, creador por excelencia, Enedino Jiménez es un hombre que nos dio de beber del bule su poesía de manera generosa, sin mezquindad alguna, con ese entusiasmo con que el águila de manera majestuosa vuela en el alto cielo, por lo que lo nombro como el poeta del aire. Con un morral de recuerdos de su infancia, se vuelve un sol en el regazo de su madre donde el poema estalla, como grano de maíz sobre la tierra de la alegría al nombrar a Ixhuatán, y se vuelve un chupamirto en los bordados de las mujeres en las fiestas de Juchitán, Guidxiguié’ que le da la vida por que él es una espiga de su historia, por lo que clama de manera festiva y vislumbrando un futuro de luz, estos versos dedicados al gran pintor juchiteco Francisco Toledo:

“Una iguana
recorre el mundo.
Pueblos del universo,
¡alertas!
Juchitán vive.

 

Senado de la república