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Fri, Apr

Hitler, la zapoteca que sueña con santos, vírgenes y muertos

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(Primera parte)
I
La de cabellos alborotados

Rafaela Hitler tenía siete años cuando la niña de la troje le vino en sueño la primera vez. Le habló en lengua za’ (zapoteco). La petición fue sencilla: colocar una vela de sebo a sus pies.

Una, dos, tres, e incontables veces la perturbó, hasta que contó la recurrente aparición a su madre. La recomendación materna era preguntarle su origen.

―Soy hija de Enedina Silio y vivo entre mazorcas ―le respondió una noche la de cabellos alborotados.

Rosalía, su madre, cansada de la situación, un buen día la condujo hasta la casa que la niña repetía como hogar, previa amenaza de mascarle las orejas si todo era producto de su fértil imaginación. El castigo sería del tamaño de la vergüenza.

En un principio Enedina Silio negó la existencia de una hija. Rafaela saboreaba el castigo que le esperaba en casa, cuando la anfitriona se acordó, por los detalles de la mensajera, que en el granero sólo existía una virgen que perteneció a su progenitora.

Después de remover las mazorcas de maíz, arrumbada en el fondo estaba una diminuta escultura de madera tallada. Era la santa de Etiopía, Efigenia. Los cabellos, como en los sueños, enmarañados y sucios.

―¡Es ella, la que viene a mí todas las noches! ―exclamó Rafaela.

―¿Ahora qué hago? ―preguntó.

―Bésala y péinala ―espetó Rosalía Ruiz.

Y eso hizo Rafaela Hitler Arenas.

Después de colocar el sebo a los pies de la santa, que para entonces había dejado el granero y en la mesa de los santos descansaba, Rafaela pidió su primer milagro: tener cabello.

De regreso a casa, la niña y su madre se toparon con una vecina, quien sorprendida se vio al enterarse de Santa Efigenia en el pueblo de Unión Hidalgo. Sabedora de los problemas de calvicie de Rafaela, le recomendó untarse en el cuero cabelludo la mezcla de los restos de sebo que colocó a los pies de la santa y los residuos de ceniza de una olla de barro.

Con aquel preparado, el cabello de Rafaela creció tanto que terminó por donarlo a la Virgen del Rosario de El Espinal, como pago a una promesa. Su primer milagro y su primera aparición, recuerda la zapoteca de 74 años mientras cose en una máquina portátil la vestimenta de un santo que se le presentó acompañado de San Dionisio del Mar.

La niña de la troje, nunca más se le apareció nuevamente en sueños.

II
La niña de Ixcuintepec

Contaba con 10 años y una segunda niña la visitó. Ésta, bajaba envuelta en un remolino y a diferencia de la primera, le causaba miedo.

―Madre, ella me da miedo. Se ríe cada vez que baja del cielo. Sus cabellos también revueltos. Le he dicho que me da miedo y no entiende, siempre viene a visitarme. Ya no quiero verla ―le cuenta a Rosalía.

―La próxima vez que te visite, pregúntale dónde está ―fue la encomienda.

La aparición la invitó a su casa. Pasaron un gran río y un puente de bejuco. Llegaron hasta una iglesia. Le dijo que su nombre era Concepción. “Mi casa está en Santiago Ixcuintepec, entre montañas”, le explicó. En el viaje espiritual, la niña le pidió ropa negra, el más brilloso.

El encargo no se cumplió por estar Ixcuintepec enclavado en una de las tantas sierras accidentadas del sureste mexicano, más allá de donde nacen los brazos del Río de las Nutrias, muy lejos de casa; y porque, además, era muy pequeña.Hitler2

Pasaron días, semanas y años. Ya casada y con hijos, Rafaela cargaba 30 años cuando nuevamente la niña del remolino se le presentó pidiéndole su vestido negro.

Así, sin más, con una maleta acuesta, la bendición del esposo y de su hijo pequeño, cruzó por varios días la serpenteante cordillera de la Sierra Mixe-Zapoteca hasta los pies de la Virgen de la Purísima Concepción. Allí, en el altar principal vio a una santa, pero no era la niña que la visitaba. Pidió perdón.

―No eres tú santísima la que me visita ―
Al levantar el rostro, observó en un rincón una virgen pequeñita. Entonces gritó:

―¡Tú eres la que me asustaba! Ya estoy aquí con tu ropa-

Después de pedir permiso a los mayordomos y principales de la iglesia, se le concedió vestirla. La sorpresa fue que el nicho que la resguardaba no se abría. En una banca esperó hasta la medianoche, cuando entre rezos, de repente un “zac” se escuchó. La cerradura cedió.

El templo se cerró. Casi en penumbra quedó. Los ancianos intentaron sacarla, pero una cadena la ataba al altar. Entonces dedujeron que si la soltaban se iría. Rafaela cumplió en esa ocasión. Después de aquello, un par de veces la volvió a ver para decir que necesita la vestimenta que los sacristanes le quitaban por ambición.

Rafaela

Rafaela Hitler recuerda claramente cada una de sus apariciones y los dibuja en un cuaderno, como si fueran ex voto, aunque ella no lo sepa. 70 años lleva soñando santos y vírgenes. Cargando los mensajes que le dan. Nunca le han fallado. Durante ese tiempo ha diseñado docenas de prendas, de vestimenta sacra, las cuales dona a las deidades.

*Texto publicado originalmente en octubre del 2013

 

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