¿Acaso un tsunami?
Basado en la historia de Fray Francisco de Burgoa
Fray Francisco de Burgoa, editó su inmortal Geográfica Descripción en 1674, obra básica de la historia antigua de Oaxaca. En ella no se entera de la potencial riqueza de Tehuantepec. De su río y sus huertas. Del tráfico comercial con México, Veracruz, Chiapas y Guatemala. Del majestuoso convento y sus haciendas de ganado mayor y menor, de sus 18 barrios en el que sobre sale el de Santa María, así como de algunas costumbres religiosas que le maravillaron.
Este gran varón, que vistió con el hábito de Santo Domingo, pudo recoger la tradición oral de los viejos, sobre la gran inundación de 1599, que al parecer, como lo narra, se trata de un gran tsunami, como le conocemos ahora.
Burgoa nos dice que en ese año, siendo Vicario de la Casa de Tehuantepec Fray Alonso de Espinosa, sucedió la mayor inundación del río que se haya tenido memoria. Fue un año de muchas aguas y llegó a traer tanta, que en una avenida y en los senos más espaciosos de aquel Valle, y al desembocar en la mar, distante a tres leguas de la villa, halló plenamar tan alta que parecía chocaba con las nubes.
Anegada la playa y tan bravas e impetuosos las olas que despreciando la corriente del río, la hicieron Volver atrás con tal fuerza que tal o los campos y llegó con tal saña y violencia a Tehuantepec.
Compitiéndose las corrientes que venían con las olas que volvían impelidas de lo más bravo, crecieron como irritadas con tanta prisa, que por mucho que se dieron, indios y españoles huyendo por escapar la vida con manifiesto riesgo.
Con el agua en la cintura lo pudieron conseguir, sin darles lugar a socorrer sus haciendas, que eran muy caudalosas. Así de los vecinos, como de muchos mercaderes cuantiosos que estaban detenidos por los mesones, por rigor de las lluvias.
Hicieron los crecientes tan grandes estragos que derribó muchas casas, llevándose las cajas, mesas, sillas y demás alhajas sin perdonar las puertas, ni vigas de los techos que no cargarse como hojarasca.
Las casas de mejor porte que se resistían, abrían las puertas para que como ejecutor de justicia entrase embargando de zaguanes a las recámaras, sacándole en confuso estruendo las haciendas más guardadas, dando vuelcos por las ventanas entretuvo arrebatado por los mesones.
Aquí fue tan general el embargo de farderías, de lienzos, sedas, paños y tantas y tanta multitud de cajones qué puesto por los patios y cuadras, sin otra defensa los cargó el agua, con tanta violencia que parecía por encima, una tosca y grosera población de bienes mostrencos, muebles. Lo más erizado y lóbrego del voraz elemento.
El horror era tanto y tan general de ver las olas venir a trancos acercándose al convento, que está a media legua del río, y en un collado o eminencia, como veinte varas más alto. Y fue tal el ímpetu, que llegó la lengua del agua a besar las gradas del patio de la iglesia, dando en señal de reconocimiento a su Creador Nuestro Dios y Señor sacramentado que le tenía ya los religiosos sobre el altar descubierto.
Allí abatió su furia el nuevo golfo introducido con tan lamentable asombro, y la gente que escapó, se acogió al sagrado de la iglesia y convento, para escapar el alma confesándose como las vidas en aquel abrigo.
Y fuera propio de la Providencia Divina, que sin ella no hubiera fuerza para un imposible, porque fueron cerca de dos mil almas las que acudieron al amparo del convento: españoles, mulatos, mestizos e indios. Hombres y mujeres con sus hijos.
El Prelado Vicario, fiado de la despensa de la caridad, se encargó de sustentarlos como pudiese, enviando luego a la estancia que tiene este convento de vacas, reses, pescado, frijoles y maíz. Y como por colonias, mandó disponer la comida con tanta largueza que cuatro días que se detuvo en bajar el río, tuvieron todos a mañana y tarde, suficiente sustento.
Lo más cuidado era el abrigo de noche para algunas señoras principales con sus maridos y familias, qué fue necesario dejar sus pobres camas los religiosos y dárselos, contentándose con una estera por los suelos, y que los huéspedes se alojasen por la portería e iglesia y otras oficinas, con el consuelo que permitía la ocasión…