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Fri, Apr

A la memoria del doctor Romeo Velásquez Valdivieso

Istmo
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No me daba cuenta que el hallazgo afortunado de un buen amigo podía cambiar mi destino; no entendía que cuando descubres a una persona con dimensiones tan amplias en el saber y en la forma de entender la vida, estás ofreciendo a la tuya la posibilidad de acercarte a él y beber del manantial de su experiencia, la filosofía objetiva de un gran ser humano.

Eso ha sido para mí al haberme acercado a mi buen amigo el doctor Romeo Velásquez Valdivieso. Conocerlo y tratarlo me convirtió en aprendiz y a él en un patriarca consumado, disponible siempre a compartir la sapiencia adquirida durante su prolongada vida. A través de él he podido penetrar en un mundo que le correspondió vivir y conocer y que con sus palabras supo transmitir con heroica y desmedida elocuencia.
Escucharlo durante frecuentes jornadas de amistad significaba robarle al universo la brillantez de las estrellas para sumarlas a mi mundo de conocimientos. El camino tan largo y sinuoso que transite fue la prueba para forjar su carácter con templanza, con recia actitud; pero con las más humildes de las intenciones. Elementos que lo distinguieron para convertirlo en el gran ser humano que todos llegamos a conocer.
Romeo Velázquez Valdivieso hablaba de filosofía, de historia, de experiencias, de sensibilidad, de amor al prójimo y sobre todo de amor a un pueblo que lo vio nacer, crecer y que siempre estuvo atento a su vida, a su comportamiento en el éxito que nunca lo abandonó a pesar de las penurias que soportó durante su ascenso por la vida.
Cuando decimos que la ventana donde miramos, no todos los que se asoma ven las mismas cosas, porque la vida, la vista depende de la mirada. La mirada de nuestro amigo Romeo Velásquez Valdivieso tuvo la profundidad para poder escudriñar los más remotos detalles de lo que observaba. Ahí en su mirada de la vida encontró los valores que muchos vemos pero pocos logramos capturar para ordenar las acciones de nuestras vidas.
En sus valores no olvidaba sus padres don Luis Velásquez y doña Leonor Valdivieso, siempre los tuvo presentes, como a su esposa la doctora Ema Margarita Pérez Gallegos y a sus hijas Julieta y Leora; tampoco pudo olvidar a su pueblo Salina Cruz a donde volvió para nutrirse de sus huracanados vientos y de la frescura y la magnitud de su mar azul. Aquí encontró a sus nuevos amigos, todos más jóvenes que él, pero ansiosos de escucharlo para entender lo que no pudieron ver porque no habían nacido para experimentar el mundo diferente de nuestro querido doctor Romeo Velázquez Valdivieso.
A quienes nos distinguió con su amistad y que por fortuna somos muchos; en estos días vivíamos entusiasmados compartiendo con él la esperanza de llegar al 24 de septiembre para agasajarlo y consentirlo como decía él: ‘en mis primeros 100 años de vida’.
No fue posible llegar a ese día; pero a partir de este momento me acercaré a mi ventana para buscarte, pretendiendo mirarte y contemplar tu figura llena de templanza y sabiduría y aunque no te vean mis ojos, mi mente llegará a tí con la luz mi espíritu.
Te recordaré y como decía nuestro amigo mutuo Juan José Cartas Antonio: ‘no tocaste el centenario de vuestro nacimiento doctor, la esquina no te permitió dar la vuelta, pero eso sí, habéis dejado tu recuerdo en cada uno de nosotros y el aliento para saber que quizás volvamos a vernos, a encontrarnos, para hacer que la palabra contenga el tiempo.
Que tu viaje sea un susurro que nos haga evocar vuestra elocuencia’.

Descansa en paz amigo de Salina Cruz Romeo Velásquez Valdivieso, nunca olvidaremos que en este camino.
¡ ASÍ SE ESCRIBE LA HISTORIA !

 

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