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Thu, Apr

La Campana

Istmo
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De San Vicente, patrón de Juchitán, se cuentan milagros armoniosos, entre otros haberes hecho él mismo santo.

Era en una ciudad de la tierra y, niño, hacía con sus amigos los trabajos inútiles de las travesuras. Y uno y otro día. Otra mañana, cansado de los mismos juegos propuso jugar Tinguih-Vidoh1. Dos juntaron los brazos para formar la silla. Formada, fue Vicente quien se sentó sobre ella y, precedió de rezos, dieron vueltas en torno de un templo imaginario. Pasados los brazos de cansancio quisieron bajarlo, para el santo de mentiras era verdadero. De madera, estaba lejos de ser blando como hacía un instante. Desde ese día se le adoró en mi tierra.

Una vez, dejó la ciudad para desaparecer; ninguna señal dibujo su ausencia y nadie, por sabio que fuera, pudo decir dónde se encontraba. Mientras no estuvo en su iglesia, fabrico una campana; le puso un sello y salió a la cinta blanca de la playa a soltarla en los brazos verdes del mar. Y mandó avisarnos que, con los ojos muy abiertos esperáramos en la orilla del agua que las olas la arrojaran. La noticia, nueva en la ciudad, recorrió todas las calles y toda la gente supo que el santo vivía y no olvidaba su iglesia. El pueblo todo, corrió a la arena. La distancia tendida a la intemperie entre la ciudad y la costa no era larga; pero por angosta tardaron en llegar. Y para reunirse, porque uno caminaba delante de otro, el tiempo se le adelantó.

El sol calentó el aire y la arena quemaba los pies. Cansados de esperar, buscaron huellas y un hilo largo encontraron en la costa. La sarta de huellas fue más allá de donde ellos podían ir sin avisar a sus mayores. Volvieron corriendo a la ciudad y la campana vieja vació su llamada en el aire, y sin saberlo, porque la angustia era grande y llenaba totalmente el pensamiento, la gente se congreso en torno de la iglesia, como si todas las calles pasaran por su puerta.

Sabían que los que cicatrizaron la costa con sus pasos eran los mismos que recogieron la campana. Nadie dudaba que eres los hombres de San Mateo del Mar.

Se nombró entonces, una comisión de diosas para que fuera a recuperarla. Sin seguir la huella, las diosas elegidas caminaron en el aire y sin hacer ruido, como sombras, mientras la tarde iba borrando la distancia. Llegaron muy noche. El corta-mortaja cortaba con las tijeras de su canto la franja del silencio. Dormían los perros y las puertas, dos veces más fuerte, estaban atrancadas.

Subieron a la torre y con las puntas de los dedos desataron, para bajar, el bronce. A una de las diosas le tocó cortar el badajo. Para no romper el ritmo que, como la línea recta las mantenía erguidas, anduvieron con santo temor y el viaje no sonó; y aquella forma de caminar guardan dese entonces en los pies y asoma, hasta hoy, la cabeza en sus danzas.

De vuelta, pasada la barda de monte que cae sobre la vía, los grandes cuadros de los sembrados y cerca de Dánih-Bácusha, la diosa soltó el badajo. Y éste cayó sobre la campana y el ruido se fue de espaldas hasta San Mateo y despertó a sus habitantes.

Los dioses Huaves, como plumas, por livianos, subieron a la torre y la torre no pudo hablar. Diferentes a la diosa zapoteca, golpearon la tierra con su andar apresurado y, poco tiempo después, estaban junto a ellas. Sus voces y sus pasos, en la quietud de la madrugada, anunciaron, desde lejos, su proximidad.

El camino se perdía a cada paso; se encontraba para caminar recto un gran trecho y volvía a perderse. En una de tantas vueltas, algunas diosas se ocultaron en el monte y otras se hicieron árboles recordando su origen,2 y cuando el camino debía alcanzarlas, la campana estaba sola. La diosa que la hizo hablar, no tuvo tiempo de ocultarse y conservando su forma se hizo piedra junto a la campana. Un dios marino vio en ella a una de las diosas zapotecas, y la maldición que como piedra le rodó de la boca, la petrificó para siempre.

Con el bronce en los hombros, regresaron al pueblo y en la torre de su iglesia, otra vez se ve colgada una enagua de bronce.

Una noche, varios días después, el mar comprendió su culpa, rompió su cauce y salió hasta la iglesia para arrebatar la campana; pero la casa tenía horcones hondos y le falto fuerza para arrastrarla. Todo porque desde el primer día que la tuvieron de nuevo cada vez que la noche pasa de jacal en jacal amarrando una llama en la punta de los cirios, la campana llora y los hombres se reúnen.

Y uno, el que lleva el madero largo de mando, nombra una comisión de hombres para que la cuiden.
-No sea que a los juchitecos les ocurra volver.

1 Tingui-Vioh.-Este juego- Era de la silla de manos-significa en zapoteco mecer santo.
2 Los primeros zapotecas se decían descendientes de los árboles, de sus raíces.

*Tomado del Periódico “NEZA”/Órgano Mensual de la Nueva Sociedad de Estudiantes Juchitecos/Julio de 1936/México D. F.

 

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