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Fri, Apr

Las Tehuanas (1)

Istmo
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Las he visto en una estampa de la Historia del Padre Gay: la una en traje de casa, la otra luciendo arracadas y pompa en una fiesta. Pero las he visto también, de carne y hueso, cálidas y morenas, las dos, las tres veces que he estado en el Istmo, en las noches cuajadas de sortilegios, olorosas de frutas. La tierra caliente se esmera en hacer bien esa flor, en darle ritmo a ese pájaro: la tehuana pasa por mi imaginación como un sueño por una urdimbre aérea.

El tren se detuvo en la noche trémula. Un rio allá, una ciudad cerca del rio, y árboles con luceros. Había fría, luminarias, gritos en la paz azul. Solo me acuerdo de mi primera visión: unas mujeres lucían collares de oro macizo y que al andar lo hacían como esos pájaros que saben llevar su traje de colores.

Un mediodía, yendo para el norte, las ví otra vez en el andén de la estación. Casi cantaban al hablar, casi arrullaban. Las unas eran lánguidas y sones, todas iban descalzas, como sobre peanas, en un lento vaivén de procesión; las otras tenían sol en las pestañas, dejadez de añoranza en el mirar. Y todas desfilaban con sus trajes talares y coloridos, tal entre pelos, moviendo graciosos y lindos brazos, con ritmo de alas al andar. Se diría que aprenden desde niñas a marchar balanceándose como el pavo real, con traje de ceremonia solar, subiendo por escalas rituales, sosteniendo cántaros fastuosos.

El Abate Brasseur de Bourbourg recorrió el Istmo y estuvo absorte ante las camisas amplias y ondeantes, los huipiles de muselina o tul bordado, los rebozos que sobre tetas y bustos prenden trofeos de elegancia. Estaba entusiasmado el señor Abate describiendo pliegue por pliegue aquellas vestiduras; pero que se le olvido contar que su belleza se enaltece en la devoción a los quehaceres de la casa, y si son vivas y alertas, hasta para llevar la canasta o el cántaro, tienen timidez pajaril que lo llena de gracia. El ambiente amodorrado y lumínico, la alimentación vegetariana, la sencillez antigua de las costumbres, les han dado ese vigor de líneas que se exalta cuando envueltas en sus lienzos aseados descubren la espalda, enseñan la fina cintura, arquean los brazos. A veces, una cinta de matiz delirante, un cocuyo prendido con alfiler, o un peine alto y joyante, quedan prisioneros en trenzas de nocturno esplendor.

En ellas arde la llama dulce de la raza, palpita el dolor delicioso de nuestra flora, se desmayan angustias de crepúsculo. Para la feria o cuando pasa el tren, se asoman en bandadas, y entonces se ve que son míseras las estampas que tiene la historia del Padre Gay y que el Abate se le aturdieron los ojos cuando las vió pasar y nada vió.

Carlos González las ha estilizado en una decoración que bien vale el premio de la fruta rica y de la rosa de olor. Yo las había visto también surgir, al llamado de la Rivas Cacho, entre algazaras de floklore.

• Tomado del Periódico “Neza”/Agosto de 1936 /Órgano Mensual de la Sociedad Nueva de Estudiantes Juchitecos/México D.F.

 

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