Anteriormente, en las ferias provincianas, entre los juegos que hacían las delicias de los niños eran los “caballitos”, es de saberse que, al principio, es decir, antes de la era de las maquinas, este Tío vivo giraba por la fuerza física, cuyos impulsos se las proporcionaban los propietarios o por los niños que se ganaban una vuelta gratis.
De los pueblos visitados, la observación e ingenio de los chiquillos surgían al instante, siendo esto el motivo de que en nuestro medio surgieran la inquietud de construir algo, más o menos parecido al armatoste observado.
Para esto, consiguieron dos trozos de madera con las siguientes medidas: El primero de 1.75 m., de largo por 20 cms., de grosor, el segundo de 1.50 m. de longitud por 15 cm. de diámetro, este último deberá tener una pequeña curvatura en la parte media.
La primera pieza, en lugar exprofeso, se sembró 60 cms., de ella en la tierra, en la parte superior de la vertical restante se labró 05 cms., formando con ello un tarugo de forma cilíndrica, lugar donde se insertó por la parte media, previa horadación, la segunda pieza, antes de la ejecución, en esta parte se le untó de sebo; armado ya el trapiche, en cada extremo del madero horizontal, se montó un niño; con el impulso que le proporcionaron sus compañeros, el artefacto giró vertiginosamente. La diversión del juego consistía en los diferentes cambios de parejas. Muchos de ellos caían por la fuerza del giro.
*Tomado del libro “Juegos Tradicionales de Juchitán” /Autor: Rufino Martínez López/Colección Basendu.