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Fri, Apr

Gui Yaase´ el fuego negro de Sabino Guisu, artista zapoteco

Istmo
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El Dorado
 
Desde el siglo xvi y hasta el siglo xix, verdaderas legiones de conquistadores y colonos españoles buscaron con desesperación la legendaria ciudad de El Dorado.
Fracasaron porque no podían entender que los informes proporcionados por los antiguos mesoamericanos hablaban de El Dorado como el resultado de un proceso civilizatorio que se remontaba varios miles de años antes de la aparición de Cristo. Tan formidable cultura no tenía nada que ver con la fiebre del oro que, desde sus primeras argucias políticas, los conquistadores no tuvieron empacho en ocultar.
 
Un crimen histórico imperdonable fue la fundición en lingotes de oro de excelentes obras de arte precolombino. La exposición Gui Yaase´/ Fuego negro —con todo su poder simbólico y conceptual—pone en cuestionamiento la ruta que siguieron algunas de las corrientes hegemónicas emblemáticas del arte occidental en México y América.
 
Todos los fuegos el fuego… la palabra
 
Para las altas civilizaciones de Mesoamérica, existían distintos tipos de fuego que correspondían a diferentes realidades: el fuego ordinario del mundo terreno, el rayo del espacio intermedio y el sol ardiendo en lo más alto del cielo. Sin embargo, como dice Gastón Bachelard, “antes de ser hijo de la madera, el fuego es el hijo del hombre”. Lo mismo sucede con el cipactli o pedernal, símbolo del Tonalámatl, artefacto del calendario sagrado 
y de la piedra de sol que, como el sexo, al ser frotado genera la chispa inicial de la vida y la creación, especie de Big Bang cósmico y símbolo del rayo, mismo que si, como dicen algunas versiones antropológicas, es cierto que los binizá o zapotecas son seres fabulosos que provienen y habitan en las nubes, entonces el didxazá (o la palabra inclinada), podría ser otro avatar del relámpago como generador fecundante del espíritu sobre la materia y de la luz sobre la oscuridad.
 
Precisamente es el relámpago uno de los símbolos más importantes que sustenta algunas de las piezas y artefactos que Sabino Guisu presenta en esta exposición. El joven maestro nos ha expresado que “Pitao”, deidad primordial del panteón zapoteca, creó una hoguera gigantesca para que Cosijo —el último de sus descendientes y héroe civilizador— lograra apagarla para erigir en el cerro del tigre (o cerro del fuego) la ciudad sagrada de Monte Albán. Los estucos de Cosijo suelen ser representaciones que sostienen una jarra que derrama agua en una mano y relámpagos en la otra, es decir, expresan la genealogía de agua y fuego de la que también proviene Sabino Guisu, ya que su abuelo paterno —Ta Chico Guisu— y posteriormente su padre —Sabino López— trabajaron con materiales en los que confluyen agua, tierra, viento y fuego, es decir, en la cerámica y el humo, que, como sistema de intercambio cultural y comunicación, fue usado por los pueblos precortesianos de todo el continente.
 
 
 
El color negro: vientre de la tierra
 
Como el tizne de las cocinas tradicionales de Oaxaca, el color negro que Sabino obtiene es resultado de la combustión de los ocotes. Con el humo y el color negro de ese proceso de ignición, contrapunteando al arte dorado de las piezas religiosas de Occidente, Sabino suele quemar y ahumar algunas de sus piezas simbólicas más representativas. El negro, que en contraposición al blanco también posee un valor absoluto que puede ser la síntesis de todos los colores o su negación, según algunos semiólogos, forma parte de la simbólica del inframundo, de la muerte y de la noche, es el color que representa la renuncia de la vanidad y también es el vientre de la tierra donde se repara el mundo. Es la matriz donde opera el rojo del fuego y de la sangre. En otras palabras, son las tintas negra y roja con las que escribían sus libros de pinturas –o códices- que Miguel León Portilla menciona en Trece poetas del mundo azteca.
 
Xochipilli es una de las piezas más importantes de esta primera gran exposición de Sabino Guisu en Ciudad de México. Xochipilli es una palabra náhuatl que significa “niño o príncipe de las flores”, título de una deidad consagrada al amor, al juego, al placer, a las revelaciones estéticas y a la ebriedad sagrada. Esta es una de las “piezas vivas” que continúan transformándose durante el tiempo de la exposición, ya que Sabino ha sembrado algunos hongos de especies medicinales, psicotrópicos y comestibles como el hongo “Melena de león”, que sirve para combatir el Alzheimer, o el hongo Reishi, nativo de Asia —consumido de manera ritual para propiciar longevidad—, entre otros hongos que el joven maestro, a manera de incubación, colocó para representar la persistencia de las culturas precolombinas, mismas que —a pesar de la guerra declarada en su contra desde hace cinco siglos— continúan floreciendo y fructificando en el presente. La iconografía de Xoxhipilli, que suele aparecer con el elemento ígneo del bracero, incluye hojas de tabaco, hongos y daturas que funcionan como elementos de comunicación con la divinidad.
 
La muerte: símbolo de transformación
 
Vinculada a la simbólica de la tierra, la muerte, si bien suele presidir en los infiernos, también administra paraísos. Toda iniciación simbólica o ritual implica una fase de transición en la que es necesaria la actuación de este vigoroso símbolo. Henry Miller ha dicho que quien le tiene miedo a la muerte en realidad le teme a la vida; algo semejante pasa con quien teme hacer el amor y alcanzar la “pequeña muerte”, concebida por los franceses para explicar el punto más alto del orgasmo; es el recelo hacia un estado de transición absoluta que, para algunas filosofías orientales, presupone un alto grado de separación del ego mediante una disciplina mística, como la serie de cráneos intensamente vivos que Sabino confecciona con tortillas de maíz o procesados con miel, propóleo y polen, iconografía que también funciona para denunciar la implacable lucha de exterminio que algunas compañías trasnacionales han declarado contra las abejas.
 
En esta exposición, la puesta al día de las culturas mesoamericanas se liga con las luchas por el respeto a las comunidades indígenas y por la conservación del medio ambiente en México y el mundo.
 
 
 
El mercado del arte en Oaxaca
 
Actualmente, el arte oaxaqueño navega en aguas bajas. Buena parte de la producción plástica y gráfica en Oaxaca parece destinada a satisfacer un mercado que, desde la segunda mitad del siglo pasado, se abrió gracias al talento de Rufino Tamayo, Rodolfo Nieto y Francisco Toledo, entre otros maestros. En ese sentido, existe una producción que copia (con tímidas variantes) y degrada en una suerte de maquila las propuestas plásticas de grandes artistas oaxaqueños. La tarea más importante de Sabino Guisu es crear distintas piezas y artefactos, en una surte de simultaneidad histórica; una diversidad de objetos que fundamenta en estudios arqueológicos, etnográficos e históricos, piezas a las que suele articular elementos técnicos contemporáneos con los que genera una relación inédita con públicos y audiencias. Por ejemplo, mediante el uso del gas neón, cuyas descripciones científicas alcanzan notas cercanas a la poesía. Con estos materiales, Sabino ilumina versos de sus Zapotec Death Poems, elementos a los que añade el uso de láser y de leds, entre otros recursos tecnológicos.
 
 
El arte y las luchas sociales
 
A mediados de la primera década de este siglo, en medio de la violencia desatada en el Istmo de Tehuantepec, Sabino Guisu emigró a la ciudad de Oaxaca para asistir a algunas de las instituciones artísticas y culturales creadas por el maestro Francisco Toledo. De estas experiencias destaca una larga temporada leyendo en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que posee una de los acervos de arte más importantes del mundo, al mismo tiempo que se convertía en un curioso espectador de las exposiciones montadas en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca y en el Centro de Arte de San Agustín en Etla. Otra de las circunstancias que influyó en sus propuestas estéticas fue la efervescencia política que vivió la ciudad de Oaxaca en 2006, cuando las calles y plazas de Oaxaca solían amanecer entre estallidos de bombas molotov, el fuego de las barricadas y la atmósfera enrarecida de gases antimotines.
 
 
Jean Lafitte, el filibustero y Espartaco, el primer esclavo que se rebeló
  
Algunas de las historias y leyendas predilectas de Sabino Guisu se refieren a Jean Lafitte, quien había participado en la guerra angloestadunidense de 1812, como un corsario que operó en las costas del golfo de México. La leyenda apunta a que el enigmático pirata solía repartir, de manera insólita y democráticamente, los botines obtenidos con la tripulación de sus navíos. El mito termina de asombrar, ya que existen algunas fuentes según las cuales el pirata Lafitte becó a dos chicos para que desarrollaran sus teorías económicas y políticas; esos chicos se llamaban Carlos Marx y Federico Engels.
 
Otra historia cuenta que, siendo niño, Sabino le daba forma a pequeñas piezas de barro (como los binigulaza confeccionados por sus antepasados precortesianos) para darle forma tridimensional a la puesta en escena de la película Espartaco. Así, Sabino jugaba con las aventuras del primer esclavo que se rebeló, diciendo que para que aquellas historias tuvieran mayor intensidad solían terminar entre llamas los combates contra el Imperio romano l

 

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