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Fri, Apr

Todos Santos

Istmo
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Tiene también un colorido folklórico este acontecimiento en la familia zapoteca. Sus creencias son tradicionales. Para ellos el alma de cada finado viene de año en año el hogar donde moró en vida y por esto se afanan en adornan elegantemente sus altares poniéndoles múltiples ofrendas.

Estas se colocan en dos formas: en la primera, se hacen graderías sobre el altar y se adornan los escalones y las distancias que hay de un escalon a otro, con finas tiras de seda negra en las que sobreponen papel de china imitando tiras bordadas que cuelgan de frente, siempre que se trate de un adulto; pero si el alma que se espera es de una criatura, de una señorita o de un hombre soltero, entonces las tiras son de bocado fino, que llevan también adornos de papel de china de colores, todo se ilumina con cirios de cera virgen o de parafina y las graderías se cubren del típico marquesote, tamales de gallina, de panecillos de forma de muerto, de angelitos alados, de racimos de flores de coco que son muy olorosas, de tortas de manteca, de bizcotelas y de frutas, encerrándose todo como dentro de un santuario. La puerta exterior y las paredes están cubiertas del mismo modo. Las adornan con pencas de plátano y ramas de caña de azúcar salpicadas de unas especiales estrellas, peculiaridad de los indios zapotecas, quienes lo hacen con hojas blancas de unas palmas blancas que crecen en las montañas de la Sierra Madre del Sur. Estas estrellas se les llama en zapoteco; Viichiisaa dánni (estrella de cerro).

Para la otra forma de colocación de las ofrendas, se clavan o amarran junto a las pastas de la mesa del altar ordinario del santo de la casa, cuatro postes altos que deben de llegar hasta el techo. En ellos se cuelgan unos armazones cuadrilongos, construidos con varillas atravesadas en cuadriculas.

Estos cuadrilongos se llaman en zapoteco, viguieeh (flores en el aire). En ellos se cuelgan las ofrendas, sin olvidar el manjar de la predilección del muerto. Si fue amante de las copas, le cuelgan también una botella de vino, de mezcal o de cerveza. Se tiene cuidado de incluir un vaso de agua fresca porque esto es muy apetecible al viajero que llega de larga distancia. Durante las manifestaciones ofrendarías no falta en los altares el aroma sutil de incienso, que es típico de todo hogar zapoteco, ya en estado luctuoso o festivo.

La recepción de estas almas que han de venir en Todos Santos, se prepara previamente con mucha unción. Durante los nueve días anteriores a las festividades se reúnen en la casa a rezar por el alma de finado; las vecinas vienen a corear, porque lo rezos cuentan. Estas vecinas son invitadas por los deudos y cuando termina el rezo les sirven chocolate con pan, por días alternados.

El 31 de octubre, desde la mañana y durante toda la jornada se presentan los parientes, amigos y vecinos a adornar voluntariamente el altar. Son bien atendidos por los deudos. Se les da chocolate con pan al llegar y, de cuando en cuando, mezcal y cerveza. El almuerzo consiste en tamales de gallina que las vecinas han preparado el día anterior para ayudar a los deudos. Por intervalos se les obsequia cigarros de buen tabaco revueltos con pétalos de ixtacxochitl azteca. Estos cigarros se tuercen ahí mismo a mano… el ixtacxochitl azteca, llamado guieehshuubba en zapoteco y jazmín del Istmo en castellano, porque pocos saben su nombre verdadero. No es como el jazmín, sino más bien como una rosa blanca, muy olorosa, que deja percibir su aroma desde lejos, especialmente por las noches. Talvez mejor conviniera el nombre Rosa del Istmo. Al secarse, los pétalos adquieren el color del tabaco y por eso se mezclan con él para hacer los cigarros que se tuercen a mano y resultan muy perfumados, advirtiéndose su olor en el cuarto donde se fuman. Al terminar el ornato del altar, se queman cohetes.

En el mismo día, las parientes, amigas y vecinas, visitan el altar llevando flores y velas y el concebido óbolo de veinticinco centavos por lo menos. Se les corresponde con un pan, una tablilla de chocolate, un largo de marquesote, y un tamal.

En la noche del 31 de octubre se espera a las almas que han de venir, celebrándose su velorio con música si fallecieron en el año anterior, por lo menos hasta cuarenta días antes de Todos Santos. Los que fallecieron dentro de esos cuarenta días, no son esperados sino hasta el año siguiente, porque creen que no han cumplido con el tiempo necesario para logar el permiso de bajar a la tierra.

Esas almas llegan en las noches del primero de noviembre. A las de los adultos no les hacen velorio con música, sino que las reciben con solemnes rezos.

Después de dos años de acaecida la muerte ya las esperan con ricas ofrendas, sino en forma sencilla, porque creen que ya pagaron sus pecados y ganaron la gloria y quien está en la gloria no tiene por qué venir a la tierra.

En esas noches del 31 de octubre y 1º de noviembre se encuentran por doquiera constantes grupos de transeúntes que concurren a los velorios para depositar su tradicional óbolo y recibir de los deudos el agradecimiento, acompañado de la copita de mezcal y del cigarro regional. Los acomodados obsequian cerveza y vino, sin que falte la mesa con tamales y café para la cena.

En estos velorios se escuchan cuentos ingenuos de los viejitos más creyentes que en sus cándidas narraciones dicen por ejemplo: “A tal hora se vio al finado de rodillas, alabando a Dios en la puerta de la casa, y, después, de hacer ahí algunos acatamientos ante este altar, oler la ofrenda.” “Cómo la finada le hizo a su prometido el ofrecimiento de que al llegar aquí, esta noche, arrojaría una fruta en señal de estar presente, vamos a observar si cae alguna fruta de las que se están ofrendando para saber la hora de su llegada”. Y si por casualidad sucede que una fruta mal amarrada por descuido se desprende y rueda por el suelo, esto es suficiente para que al indio se le arraigue la creencia de que el alma de la finada ha llegado. De todos modos, en ellos estas creencias es halagadora y cuando presienten peligro en la vida de alguien, le dicen con absoluta devoción: “Cuídate bien, porque si no, ni en Todos Santos volverás”. La creencia se va transmitiendo de padres a hijos, por lo cual, la fe que tienen de que volverán ver sus gentes en Todos Santos después de que mueran les endulza su ánimo en la postrera hora de la vida.

Nunca gastan tantas velas blancas y de cera virgen, tan bellamente decoradas, como en las festividades, para alumbrar con ellas sus ofrendas. En esa noche parecen meteoros que alumbran la tierra en combinación con las luces de colores que llevan los cohetones que explotan en el aire para descender lentamente bordando de fantasía el espacio.

Según el calendario, el día 2 de noviembre es el de los difuntos, pero en Juchitán son pocos los que lo celebran, porque lo adelantan en los anteriores.

El 3 se reúnen los deudos en la iglesia, a las ocho de la noche, para encaminar a las almas a su eterna morada del cielo. Allí cantan emocionantes alabados que son dirigidos por el padrecito del lugar.
En los cuatro primeros días de noviembre, los deudos acostumbran a llevar flores a las tumbas de sus difuntos. Sentados o arrodillados sobre las tumbas, sostienen soliloquios misteriosos con los finados, entre suspiros o lloriqueos, lloros formales o gritos lastimeros.

*Tomado del libro “Tradiciones y Leyendas del Istmo de Tehuantepec/Autor: Gilberto Orozco/Revista Musical Mexicana/1946

 

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