Pocos son los gobernantes que asimilan la crítica y el cuestionamiento sobre cómo gobiernan.
Que sensatamente la consideren como algo consustancial y necesaria, en la democracia, donde existen criterios y visiones distintas. En la compleja ciencia de la política, instrumento eficaz para una buena gobernanza también. Si se asimila la crítica sin prejuicios, permite rectificar una decisión que se evidencie como equivocada sobre política pública. Obvio que el actual gobierno, su presidente, no puede considerarse como la excepción entre quienes no les agrada que la opinión pública cuestione su proceder.
Quien hace de la crítica, no sistemática, un ejercicio sano, de buena fe, no puede, ni debe considerarse, por ese hecho, un enemigo. Tal vez ni siquiera un adversario. Es el caso de quienes ejercen el periodismo. Pero el periodismo serio y profesional. Los que, por otra parte, se asumen como una voz de la sociedad, que hacen pública una inquietud, algún problema y lo denuncian porque a su juicio, de alguna manera afecta el bien colectivo. O sea, el acto que arbitrariamente se comete. La crítica, el señalamiento debe hacerse con más razón, cuando es un servidor público el que está en entredicho por su actuar, que aprovecha de esa situación de poder para obtener ventaja y beneficio personal. Es cuando el comunicador adquiere un compromiso ético para denunciar tal o cual irregularidad. Y no por eso, el destinatario de la crítica lo descalifique, lo estigmatice. Debemos, sociedad y en especial el gobierno, hacer realidad el libre ejercicio de la prensa. No hay pensamiento ni verdad absoluta y estos principios deben moverse libremente, eso sí, con respeto, ese sí, absoluto.