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Tue, Apr

Producir sin tanto escándalo

Opinion
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A Eneida Chagoya Pineda

La conocí y no la traté hasta pasados muchos años. Ella era muy amiga de quien se convirtió en mi íntima: Enriqueta Valdés Herrera. Acepto a mis amigos tal como son, e intento fraguar con sus amistades alguna relación cercana. No con todas las amistades de Queta Valdés Herrera llevo buena relación, existen cercanas a ella que nunca me han caído bien, y de hecho, de ese mundo de “queda bien” cercanas a “Quetis”, evito darles consideraciones a muy pocas, que de plano prefiero evitar. Pero con Eneida fue diferente. Un día me comunicó “Quetita” que íbamos a matricularnos a un ‘curso general educativo’ (chequen mi eufemismo positivo --al revés--) que nos iba a llevar 2 años cursarlo en Juchitán. Era, si mal no recuerdo el mes de junio de 2012. Uno que otro colado siguió invitando “Quetis”, cosa que desaprobé. Todavía me acuerdo que le comenté: “Ya no andes metiendo a nuestro círculo cercano a quienes fueron nuestros alumnos, podemos estar juntos pero no revueltos”. Un aspecto que no me cuadraba de esta animosidad gratuita de “Quetita”, era el escaso profesionalismo de algunos ex alumnos que no habían “pastado” y que ya se consideraban “expertos” en algunos temas. Yo todavía pregunto a estas fechas: “Un mejor promedio de cualquier generación, puede lidiar con un rezago del doble de años en la misma persona durante un ‘curso general educativo’? Es una contradicción, pero así son estas cosas en un contexto universitario prístino, por no decir “silvestre”.

 

Nuestros desayunos se convirtieron en esperados todos los sábados y domingos. A las diez de la mañana ya le decíamos a los asesores que no se estuvieran poniendo exigentes: era hora de desayunar. Subían a mi coche Queta, Eneida y en ocasiones Tere Feria y Rommelia, la hija de Queta. Las últimas, nuestras “asesoras”. A veces, muy pocas, y a regañadientes, les parecía apropiada mi elección, porque me gustaba desayunar en un restaurante céntrico, que ha sido mi hogar desde hace por lo menos cinco años. Los domingos eran casi obligadas las idas a un restaurante del crucero, y entre sábados y domingos también nos íbamos a los puestos de una taquería de la Avenida Vicente Guerrero, o los “hot dogs” de una cadena de tiendas que ahora pulula por Juchitán.

El trabajo en equipo se fue consolidando, y aunque la polisemia de “Quetis” era incluir a cuanto colado se aventajara oportunistamente su situación escolar, mi estrategia era “subirme a la carreta en vez de aguantar la carga”. Fue ahí donde la amistad de considerar bromas (de la que nos aguantábamos), nos hizo conocernos en un plano informal. Nos fuimos conociendo en nuestras limitaciones y en nuestras potencialidades. La sonrisa de Eneida, para conmigo, fue genuina, considerando los saludos escuetos que nos dábamos cuando nos conocimos. Ahora nos buscábamos en la camaradería. Nos cuidábamos. Nos ofrecíamos para solventar las necesidades académicas de ese curso en particular y de la carga horaria en general. Por “Queta”, le fui reconociendo el sentido de quién era esa familia a la que ella atribuía prosapia y condición aventajada en esa comunidad provechosa, productiva y participativa.

ENEIDA CHAGOYA

Eneida fue una juchiteca que no pidió honores, a cambio se entregó a su trabajo, pudo haber dicho alguna vez, soy de la Ciudad de México, como yo digo soy de Salina Cruz, aunque sé que soy juchiteco por naturalización. Me gusta Juchitán de una manera sublime, es un poema vivir en Juchitán, y eso lo sabía Eneida. Su preparación no fue modesta, como sí lo fue su condición profesional. Sin tantos aspavientos, Eneida tenía una manera tan sutil de considerar la rara ciencia a la que se dedicó, como pocos en el medio en el que nos circunscribimos: la “educación especial”. Probablemente socializaba poco, pero para quienes la conocimos, esa escasez de comedimiento social tenía una calidad humana a la que se le encontraba sentido si se le sabía encarar. Sus probables “temores” también nos decía que vivía con la plenitud de la incertidumbre social, tan marcada en esta parte de la geografía oaxaqueña. Si alguien la comprendió a cabalidad, esa fue Enriqueta Valdés Herrera. Y sí, “Queta” la pudo querer mucho, pero nunca la sobreprotegió. Aunque fue nuestra jefa, “Queta” nos recordaba que los tratos profesionales eran tratos de honor.

Este trabajo no pide un homenaje a Eneida, porque estoy en contra de los homenajes. Este trabajo intenta reconocer, porque si estoy a favor de los reconocimientos, lo que no podemos restarle a una personalidad única. Una historia de pasajes importantes, invaluables. En más de una ocasión le dije a Queta Valdés, no se nos reconoce lo que hacemos por nuestro trabajo. Los créditos se los llevan los “oportunistas”, los “queda bien”, los que no han “pastado”, pero que embaucan incautos. Se nos tabula como el que apenas ayer salió del cascarón. Somos “cuajados”, escribimos, nos actualizamos, provenimos de “pregrados” que cursamos en instituciones que “rankean” entre las mejores del mundo, y por el contrario, se nos coloca en el mismo saco de quienes ni exponer su ciencia pueden, ya no digamos obtener logros por méritos propios o demostrar habilidades únicas.

Este debate abrió la muerte de Eneida, que nadie esperaba. Una juchiteca que nos recuerda lo interesante de una vida universitaria dedicada al servicio docente. Ella, además era profesora de educación básica. La pérdida para los que la apreciamos, es mucha. Ayer, alrededor de las siete de la noche, cumplida mi tarea de profesor universitario (no acostumbro mensajear o recibir llamadas durante el servicio) el mensaje enviado desde Morelia, Michoacán por Enriqueta Valdés me estaba esperando: ¡Se murió Eneida! 


  ACERCA DE JOSÉ NOÉ MIJANGOS CRUZ
 
 Noe MijangosProfesor Universitario. Promotor de Jornadas Universitarias de Divulgación. Desde 2001 es Articulista de la Revista “El Mundo del Abogado”. Opinólogo en el Diario “Noticias Voz e Imagen de Oaxaca” y en el Blogger “The Mexican Times”. Con Miguel Carbonell, Alfonso Lanzagorta y Bernardo Gómez del Campo, entre otros compañeros de generación de la Facultad de Derecho de la UNAM, fundaron en 1993 el Consejo Editorial “Salina Viaá”. Citadino por devoción, provinciano por vocación. Sugiere debates sobre temas relacionados con: desarrollo sustentable y sostenible, ecología pedagógica, derechos humanos, turbocapitalismo, desterritorialización e hiperconsumo.

 

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