Podrás engañar a todos durante algún tiempo,podrás engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar siempre a todos” Abraham Lincoln.
En la ciudad de Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, no existe el Matriarcado, mucho menos el Patriarcado, en este pueblo lleno de flores, sólo existe el entendimiento entre el hombre y la mujer, específicamente entre los esposos, aún cuando un montón de aventureros y aventureras como verdaderos mercachifles de notas y reportajes llenos de mentiras -ellos vienen de otros pueblos lejanos y que nunca han vivido en el corazón de nuestra patria chica-, se atreven a aseverar tales razonamientos plagados de falsedades que pasan perjudicando nuestras costumbres, nuestra cultura y nuestras tradiciones; todos sabemos que el Matriarcado: “Es una forma de organización de comunidades o sociedades en las que el poder y la autoridad están en manos de las mujeres” posiblemente existió el matriarcado en otros tiempos y en ciertas tribus, eso lo sabemos porque sí lo hubo, pero decir y afirmar que en Juchitán existe este modelo de gobierno familiar, es una vil mentira.
En el Istmo de Tehuantepec, el hombre y la mujer trabajan de conformidad por supuesto que de acuerdo con sus condiciones de género: por ejemplo, algunas abnegadas madres de familia se dedican a los quehaceres de la casa, asean la vivienda, hacen la comida, lavan la ropa del marido y de los hijos, llegada la hora todos se juntan alrededor de una mesa para degustar los sagrados alimentos; otras elaboran las tortillas, cocerlas e ir a venderlas en el mercado, otras van al mercado a vender pescados que previamente el marido fue a traer al mar, algunas tienen puesto de comida en el interior de la plaza, otras se dedican al bordado de huipiles y enaguas ya sea para entregar como encargo o irlos a vender.
Mientras tanto, el marido como jefe de familia, se levanta temprano, si es campesino va al campo a sembrar maíz, frijol o ajonjolí o si ya los tiene sembrados, los va a limpiar hasta levantar la cosecha, él no se queda en casa a flojear como lo afirman los mentirosos mercachifles de reportajes arreglados; otros que carecen de terrenos de cultivo, son jornaleros, van a trabajar de peón durante ocho horas, hay quienes se dedican a la carpintería otros son albañiles, algunos se dedican a la talabartería. Por el centro de la población hay varios que son cargadores con carretillas de mano sudando gotas gordas durante todo el día, algunos son choferes de camionetas de carga o de sitios de automóviles de alquiler, por los centros de diversión familiar van los que se dedican a cantar con sus guitarras en la mano, aquí todos los hombres trabajan, aunque no podemos prescindir de algunos vividores, éstos los hay en todo el mundo.
Entre los juchitecos existe la costumbre de entregar religiosamente el sueldo a la esposa para que ella sea la administradora, es un sistema de régimen familiar basado en usos y costumbres; tampoco podemos negar que no existan otros con una costumbre rara ya que ellos cargan todo el dinero en sus bolsas y de ahí sale para el diario y bien medido, ahí que vea la mujer si le alcanza (son contaditos y bien vistos y señalados).
En el mercado de Juchitán hay diversas formas de comercializar, por ejemplo, hay lugares en que el hombre atiende la carnicería pero con la mujer a su lado, es la forma de trabajar de ellos, es natural que los hombres no atienden los puestos de comida, tampoco se ponen a vender el guisado de iguana, eso queda para las mujeres.
Puedo asegurar que en esta tierra istmeña, los hombres sí trabajamos para sostener a nuestra familia, pero lo que más nos duele es que fuera de Juchitán en otros pueblos lejanos así lo piensa la gente. “Nadie más puede conocer realmente a nuestras costumbres, tradiciones y leyendas que nosotros que llevamos en nuestras venas la sangre istmeña”.
En el Istmo, los hombres no son “huevones” que se echan en la hamaca mientras la mujer trabaja, eso es mentira, mil veces mentira, lo que sí puedo asegurar, es que somos cien por ciento pachangueros.