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Tue, Apr

Comida y conquista

Istmo
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Texto leído en el tercer encuentro de escritores y feria del libro 2020. San Francisco Ixhuatán, Oaxaca. Organizador: Maestro Manuel Matus Manzo. 4-5 de diciembre 2020.


¿Qué podemos considerar como conquista y qué relación puede tener esta práctica y la comida? ¿Podemos decir que las conquistas sucedieron o podemos decir que siguen sucediendo?
Conquista
En el diccionario de la lengua española (RAE), la palabra conquistar está definida a partir del latín conquisitum que significa ganado. Y la primera acepción es: “ganar, mediante operación de guerra, un territorio, población, posición, etc.” Existen además otras definiciones, pero ésta es a la que más se adecua a lo que quiero comentarles hoy. Por otra parte, y porque la RAE en esta palabra es insuficiente, definiremos al colonialismo como aquellos proyectos y prácticas de control que suceden en las interacciones entre sociedades cuyas relaciones de poder son asimétricas, además de los procesos sociales y culturales que derivan de esta práctica. Por otra parte, los alimentos tradicionales son aquellos recursos a los que los pueblos indígenas tienen acceso localmente y su uso está basado en el conocimiento tradicional. Estos recursos han representado desde sus inicios la fuente de alimentación principal de las comunidades rurales e indígenas de todo el mundo. Son producidas localmente en sistemas tradicionales o colectados del medio ambiente y son social y culturalmente aceptadas como comida local, ya que han sido consumidas por varias generaciones o introducidas desde hace mucho tiempo.
En alguna parte de la historia de la humanidad algún conquistador-colono dijo que le había sido necesario defenderse de los agresores, rebeldes y demás puercos. Esto es, claro está, sin tomar en cuenta que los agresores, los rebeldes y demás puercos eran los habitantes del lugar antes de que el conquistador-colono tomara posesión de las tierras. ¿Pero cómo se decide qué territorios se pueden conquistar-colonizar y cuáles no? Al respecto Rousseau en su libro El contrato social dice: “En general, para autorizar sobre cualquier porción de terreno el derecho del primer ocupante son precisas las condiciones siguientes: primera, que este territorio no esté aún habitado por nadie; segunda, que no se ocupe de él sino la extensión de que se tenga necesidad para subsistir, y en tercer lugar, que se tome posesión de él, no mediante una vana ceremonia, sino por el trabajo y el cultivo, único signo de propiedad que, a falta de títulos jurídicos, debe ser respetado por los demás”. Es interesante la afirmación que la posesión debe de ser no mediante una vana ceremonia sino que por el trabajo y el cultivo. Aquí cabe mencionar que en el libro original escrito en francés, el autor utiliza la palabra culture, que también es una palabra que define cultura, como ese todo aprendido que hace que los seres humanos puedan reconocerse como parte de una sociedad y convivir en ella. ¿Entonces, parece que nuestro Rousseau, consideraba que las sociedades locales no tenían cultura? ¿Por qué le preocupaba tanto a Rousseau definir la forma legal de poseer un territorio? Veamos algunas cuestiones.
El historiador David Day en su libro Conquista: una nueva historia del mundo moderno, delinea los procedimientos (ceremonias) por los que los territorios conquistados pasaban al dominio del conquistador. Primero: el ritual simple de verbalizar que este nuevo territorio pertenecía al rey y a la reina, de marcar con alguna seña, o una cruz algún gran árbol, de plantar una cruz, etc. rituales que hacían los españoles, holandeses, ingleses, holandeses, y portugueses en el momento de declararse poseedores de los nuevos territorios. Segundo: la importancia de poseer los mapas de los sitios conquistados, de tal suerte que los lugares eran nombrados y esto era un instrumento de reclamación. Así tenemos a la Nueva Antequera, Nueva Galicia, etc. Todo esto, por puesto, sin importar los nombres originales ni la opinión de los locales. Fenómeno que cambió después, de tal suerte que ahora tenemos a Nochixtlán, Ocotlán, claro anteponiéndoseles nombres de santos, en este caso Asunción. Ejemplos interesantes son Ixhuatán o Juchitán, que junto con los casos anteriores parece que obedecen a esta misma actitud, la de nombrar los territorios por los conquistadores, solo que el fenómeno sucedería antes de la conquista. Tercero: el asunto de suplantar a los salvajes, pues como sabemos, son incivilizados, tercos, no tienen propiedad privada (lo cual es falso), además de sodomitas y un largo etcétera. Al respecto habrá de recordarse la disputa entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas en Valladolid entre 1550 y 1551, conocida como la controversia de Valladolid o la cuestión de los naturales. Que no fue simplemente una discusión sobre los crímenes de los españoles en el Nuevo Mundo, realmente lo que se debatió en Valladolid fue la tesis aristotélica de Ginés de Sepúlveda, de que los indígenas de América eran inferiores y esclavos por naturaleza y, por tanto, incapaces de gobernarse a sí mismos. De tal suerte que antes de que el indígena pudiese ser un auténtico cristiano, había que enseñarle cómo ser hombre, trabajando por un salario de hambre. Recordemos también al mismísimo Hegel, que cuenta en su Filosofía de la historia que la debilidad de los pobladores de américa era tal que “a la medianoche una campana tenía que recordarles incluso sus deberes matrimoniales…” En otra parte menciona que “la debilidad del físico de los americanos nativos fue una de las principales razones para traer a los negros a América, para emplear su trabajo en el trabajo que había para realizarse en el Nuevo Mundo; porque los negros son mucho más propensos a la cultura europea que los indios, y un viajero inglés ha aducido ejemplos de negros que se han vuelto competentes clérigos, médicos, etc. (un negro descubrió por primera vez el uso de la corteza peruana), mientras que solo conocía a un nativo cuyo intelecto estaba lo suficientemente desarrollado como para permitirle estudiar…” Cuarto: El cultivo del suelo y la población del territorio. Así la posesión de este territorio se garantiza con el arraigo de los conquistadores-colonos al suelo. Por supuesto que los locales no cuentan en esta historia.
Si igualamos conquista con colonización, podemos decir que el colonialismo ha sido un fenómeno presente en la historia del mundo, desde hace cuando menos cinco mil años y una influencia en la formación y transformación de la identidad, de tal suerte que podemos decir que la comida y la identidad, entre otras muchas cosas son producto de la interacción colonial entre los pueblos.
Comida
Comer no solamente implica tener suficientes calorías para seguir vivo y reproducirse, es en esencia el acto de ingerir alimentos, que implica una de las formas de cultura material más importantes y diversas, pues sus elementos: las carnes, las frutas, las verduras, etc. además de las formas de preparación, formas de consumir y de servir, las apreciaciones estéticas y metafísicas tienen prácticamente la posibilidad de combinaciones infinitas. Comer es el acto social que debe repetirse prácticamente todos los días para seguir vivos, ocupa un lugar importante entre las muchas prácticas rutinarias que sirven para inculcar lo que se ha denominado como habitus, es decir, las prácticas que estructuran la acción en en la sociedad en que se vive y que inconscientemente construyen las percepciones de identidad y diferencia de los grupos humanos.
De tal suerte que la visión eurocéntrica imperial civilizada de la comida, ejemplificada en Edgeworth David, que en 1899 pasó tres meses en unas islas del pacífico y escribió, con relación a la comida de los Funafuti “El principal objetivo en la vida de todos los funafutianos es obtener suficiente kaikai (comida) y la mayor parte del trabajo realizado por ellos consiste en cultivar, obtener y cocinar”, desvincula a la comida de otros campos de análisis de las sociedades, como el intercambio y producción, las relaciones de parentesco, etc. Lo que nuestro autor no pensó es que el consumo adecuado de alimentos es una construcción cultural, con sus tabúes y valoraciones simbólicas, y es esto lo que determina la producción, no al revés. Por lo que analizar el acto de comer y todo lo que implica, es muy importante para entender el significado social y cultural de los alimentos y su papel en el colonialismo.
Veamos ahora algunos aportes de América al mundo: el tomate y la polenta de maíz en la cocina del norte de Italia, la papa en Irlanda, el camote en las tierras altas de Nueva Guinea, el maíz y la yuca en el pueblo Luo en Kenia. De Asia a otras tierras: el té en Inglaterra, todos estos son ejemplos de alimentos completamente “indigenizados”; “autoctonizados”, o naturalizados cuyos orígenes son de otras tierras, que en poco tiempo se transformaron en el alimento básico de muchas sociedades en el mundo. Otras especies conocidas son el aguacate, los chiles, la piña, las calabazas, los frijoles. Pero estas relaciones de conquista-coloniales, también dejaron las especies de plantas que en la actualidad forman parte de nuestra comida y economía, por ejemplo: el ajonjolí y el mango que viene de Oriente, la India y África. El ajo del sureste de Siberia; la cebolla, las naranjas, los limones y la gran variedad de especias de olor, que vienen básicamente de Asia tropical mientras que el café y la sandía vienen de África. De tal suerte que, aunque las especies sean las mismas allá y acá, la manera en cómo se transforman en las sociedades que las adoptan son particulares, producto de la cultura y el entorno natural, constituyendo lo que se ha denominado como los formatos de comida. La introducción de alimentos de una sociedad a otra tiene implicaciones en la nutrición en sí misma y en las relaciones económicas de dependencia. Los casos paradigmáticos son la comida chatarra y los refrescos azucarados.
Así, se vuelve imperativa la idea de que tenemos que reflexionar sobre la importancia de los alimentos locales debido a sus características nutritivas, su inocuidad y su adaptación a los entornos naturales de donde vienen. Por ejemplo, las plantas comestibles tradicionales son muy importantes para la conservación de la biodiversidad local, podría ayudar a la seguridad alimentaria y a la buena nutrición; a la diversificación de la dieta, además pueden ser beneficiosos para la salud comunitaria. El conocimiento local de estas especies refleja una gran riqueza de la diversidad de los recursos alimentarios que debe ser conservado. Sin embargo, desde los años 70, la globalización económica y los cambios políticos y sociales se han acelerado y amenazan la existencia y la transmisión de este conocimiento. Se ha creado una brecha generacional que impide la transmisión de los conocimientos alimentarios locales y con ello todos los beneficios que representan.
La alta diversidad biocultural de México ha permitido la domesticación de especies vegetales para satisfacer sus necesidades alimentarias. México es el primer lugar en América en cuanto el número de lenguas vigentes y el cuarto el mundo por su riqueza florística, condición que siempre debería tomarse en cuenta para la generación de políticas públicas con relación a la salud alimentaria.
La última vuelta a la tuerca que atenta contra el conocimiento local y la diversidad natural, son los procesos por los que las especies de plantas cuyos materiales genéticos están siendo modificados con la finalidad de producir más, aunque al final se dependa, como país, de un paquete tecnológico. Esta tecnología y la decisión de la producción de alimentos es la última forma de conquista-colonialismo a la que el acto de comer, que nos da identidad y podría ayudar a un desarrollo sostenible, está sometido.

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