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Wed, Apr

El antiguo parque central

Istmo
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En el año de gracia de mil novecientos sesenta y cuatro, el presidente Mauro Gómez decidió remodelar nuestro antiguo parque central. Fue entonces que mandó hacer aquellas cabezotas de héroes ¿te acuerdas?


Ya esta dolorida memoria no retiene el nombre de aquella ringla de personajes históricos, que en un pequeño hemiciclo presidían lo que el licenciado Mauro no dudó en llamar “Auditorio Aurelio Ruiz Regalado”. Nada tonto, el apelativo correspondía a Yeyu Cua’ta’, que por esos tiempos cobraba como diputado local de algún tricolor partido. Había que quedar bien.
Sobre unas columnas de granito, los augustos ciudadanos miraban la conclusión de los desfiles, los actos cívicos escolares y uno que otro mitin político. Enfrente, una explanada con el piso cubierto de mosaicos, con un par de mesas a los lados –también de granito-, recibía a los contingentes cada tanto. Hasta que a un alcalde de nombre Mario Bustillo se le ocurrió derruir todo aquello, allá por el setenta y cinco o el setenta y seis del siglo pasado–dice Armando, ante la mirada afirmativa del nuevo amigo Eduardo, pariente de Juan T, hombre que preparaba unos maravillosos cacahuates fritos, vendidos a la puerta de su casa, detrás del viejo mercado, el que se incendió, justo por esos años.
Los cacahuates eran hervidos, para ablandarles la piel y luego unos niños se daban a la tarea de despellejarlos y dejarlos listos para ser freídos, con sal, ajo y chile de árbol. De ahí eran colocados en unas minúsculas bolsitas de plástico o unos cucuruchitos, de tamaño tal que pareciera le contaban diecisiete frutos por cada recipiente. La receta fue aprendida por los rumbos de Tonalá, Chiapas.
Esta conversa con Armando y Eduardo había sido acordada para hablar de mi pueblo, de Xadani. Mas el calor de un buen café sorbido en las cercanías del parque antedicho, propició que la recordación de ambos nos llevara a rumbos lejanos, incluso más allá de la nacencia de este escribidor. Así que entrelazaron sus palabras para seguir contando, y sacaron del morral instantáneas de allá por mil novecientos cuarenta y cinco.
En la periferia del antiguo parque se instalaron una serie de casetas fabricadas con madera, una sombrita al lado de cada una de ellas permitía la colocación de un par de mesas y las sillas para el caso. A la entrada nororiente, a mano izquierda –como quien dice- una mujer morena –cuyo nombre se extravió en la sesera de estos hombres- vendía refrescos y cervezas. Pasillo de por medio se hallaba el primer local expendedor de publicaciones periódicas, atendido por Virgilio De Gyves, quien décadas después construiría un local moderno cercano al quiosco.
Unos treinta metros al sur, Virginia Poodo’ se afanaba en la atención de los clientes que pedían sus cervezas; ahí junto, María Guel hacía lo propio. A la vuelta, en el andador del lado sur, Macrina Jiménez y hermanas aprontaban los fermentos de cebada que los parroquianos les pedían. Enfrente podía verse la gran tienda de don Juan González, en cuya fachada resplandecían unos colores anunciando las llantas General Popo. Cuentan las malas lenguas que un día el perínclito general Charis pasó por ese lugar, al llegar a su enorme casa, llamó a un asistente y le ordenó:
-Mañana quiero que mandes a pintar aquí un letrero que diga General Charis.
-Pero, mi general, para qué quieres tal cosa.
Y el hombrón moreno contestó:
-Si ese pendejo puso en su casa General Popo, porqué yo no voy a pintar mi nombre en mi casa.
Pero siguiendo con el relato, por el lado norte de nuestro parque estaban tres puestos más. Uno, debajo de aquel enorme olivo silvestre que por años cobijó una refresquería bastante visitada; por ahí también hacía sus ventas Rosa Velásquez, la de singular belleza; acompañaba este paisaje la caseta atendida por una mujer morena que ofertaba agua de selis, sabrosa, con un dejo similar al Tehuacán, pero mejor aún, según palabras de Armando.
Y el tal líquido no era otra cosa que Agua de seltz, que debía su denominación a un manantial famoso llamado de Seltz o Selters, ubicado en Alemania. Un agua que también era conocida como soda por su alto contenido de bicarbonato de sodio, lo cual permitía, por cierto, sacar unos eructos que parecían mismamente provenir de un volcán en intensa actividad. Bebida muy adecuada para después de las garnachas.
Se termina el café. Quedo en enviar después la información originalmente solicitada. Mis dos amigos sonríen.
Santa María Xadani, abril de 2017.

 

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