Tarde o temprano, todas las lenguas pierden sus sonidos. No hay nada que pueda hacerse al respecto. Este fenómeno no se observa solo diacrónicamente, durante los siglos en que una lengua se desarrolla, languidece y muere. El análisis sincrónico en un momento dado del curso de la vida de una lengua también alcanza para echar luz sobre aquellos sonidos que los hablantes ya están comenzando a olvidar.
Quien así escribe es Daniel Heller-Roazen, un canadiense que maneja fluidamente nueve idiomas, entre ellos el hebreo bíblico, el provenzal antiguo, el yiddish y el latín. Y su párrafo me lleva de la mano hacia el territorio de la letra g que está comenzando a perderse en el laberinto del habla cotidiana zapoteca.
El lingüista juchiteco Víctor Cata, en la revisión del “Alfabeto popular del zapoteco del Istmo”, publicado en febrero de 1956, sugiere la recuperación de esta letra, la g, o al menos su recuperación en la escritura. Tarea bastante complicada para los hablantes, pero en la cual sin duda los escritores pueden aportar su contribución para, al menos, retenerla en la memoria colectiva, pues como el mismo investigador canadiense anota: “…la “ausencia de sonido” perdura en su desaparición y es tarea de los poetas darle forma cuando extraen de las letras evanescentes de sus lenguas la materia de su arte”.
Esta labor la podemos encontrar en los textos de la gran mayoría de los autores nacidos en la tierra del general Charis, quienes se afanan por escribir correctamente las palabras que colocan amorosamente en sus versos; aunque actualmente, y precisamente en la revisión del Alfabeto que coordina Víctor Cata, se propone que en las palabras compuestas, aquellas que comiencen con una palabra que contenga una doble vocal, deban escribirse suprimiendo una de ellas, pues es de este modo como realmente se habla.
Por supuesto que esta consideración, en el mediano plazo, podrá llevar justamente a la legitimación de la pérdida de letras o sustitución de los innumerables vocablos zapotecos que ya están cediendo su lugar a palabras castellanas merced al habla cotidiana, pero ésa es materia de otro cantar.
Una letra, como cualquier otra cosa, (sigue diciendo Heller-Roazen) debe enfrentar, tarde o temprano, su destino: con el paso del tiempo, todo signo escrito termina cayendo en desuso. Más allá de cuán prominente sea el lugar que ocupe en el idioma al que pertenece, una letra se vuelve extraña, arcaica, hasta quedar sumida en la obsolescencia más extrema.
Cita letras del antiguo alfabeto griego, que desaparecieron, así como grafemas del inglés antiguo, que siguieron el mismo camino, “de forma natural”. Por otro lado, recuerda hechos como la orden de Pedro el Grande, en Rusia, que decretó que unas grafías provenientes del griego debían abandonar el alfabeto cirílico. Entre otros ejemplos.
Pero en nuestro caso, la paulatina desaparición de la g forma parte de las modificaciones naturales, por decirlo de alguna manera, que se observan en toda lengua. Una pérdida que se antoja difícil de atajar y que podemos apreciar también en piezas del cancionero popular, actuales o provenientes de décadas atrás, estructuradas a partir del habla cotidiana.
Seguimos leyendo a Heller-Roazen: “Los comienzos y los finales no son más que los dos lados de un mismo umbral y en el contexto de las lenguas son las figuras de la transitoriedad lo que lleva a las lenguas a su destino: extinguirse imperceptible pero irrevocablemente hasta resurgir en otra lengua”. ¿Estaremos asistiendo, y participando, a la construcción de otra lengua, de una especie de creole istmeño?
Karl kraus, en su Elegía a la muerte de un sonido escribió: “¡Que el Dios de la lengua proteja a esta h”! Nosotros ya podemos estar diciendo “¡que San Vicente Ferrer proteja a la g!”. Veamos si no:
Quién no ha escuchado decir, en casa o en la calle, Ubidxa, por gubidxa (sol); udó, por gudó (¡come!); o, ixhi ro’, por guixhi ro´ (nombre de la agencia municipal Colonia Álvaro Obregón, donde antes existía un gran bosque), aquí los apóstrofos de gui’xhi’ desaparecen, por la razón mencionada párrafos arriba.
También: isiidinu, por guisiidinu (aprendamos); ucaanu, por gucaanu (escribamos); idu’ndanu, por guidu’ndanu (leamos); ixí’, por guixí’ (mañana); usié’, por gusié’ (compré); endaró, por guendaró; ácani, por gácani (que se haga); etaguu, por guetaguu.
De igual manera podemos escuchar: Iba’, por guiba’; udxite, por gudxite (juega); ucané, por gucané (ayuda); uluu, por guluu (mete); usulú, por gusulú, como en la expresión ma chi gusulú (ya va a comenzar).
Endalisaa, por guendalisaa (confraternidad), y así varias palabras compuestas que comienzan con guenda, como endaxheela’ (casamiento), endaranaxhii (querer); o la expresión anna ga ya’, por ganna ga ya’, que es evidentemente un acortamiento de una expresión más larga, que podría ser tu ganna ga ya’.
¿Más ejemplos? Allá van unos que comienzan con U: Uragu´, por guragu’ (lagartija, la de campo); Usibá, por gusibá (la época de calor); usiguié, por gusiguié (la de lluvias, que no se dejó ver en este año); Ubaana’, por gubaana’ (cierta especie de políticos hábiles para quedarse con dinero ajeno); uluxhu, por guluxhu (bagre); uzié’, por guzié’ (compré); y uzá, por guzá (¡camina!).
Qué queda por hacer a este respecto, me digo, y la respuesta es un enorme signo de interrogación. Tal vez convenga recordar a Joseph Brodsky, quien en su discurso de aceptación del Premio Nobel dijo: El poeta es el medio de supervivencia de la lengua, es a través del poeta que la lengua vive.
No faltará quien responda como Tamïm Ibn Ubai: He olvidado cada letra que rima y ahora mi única ocupación es jugar con las bien dotadas doncellas del Paraíso.
Santa María Xadani. Navidad del 2015.