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Semblanza de Alejandro Cruz in memoriam

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Por el año de 1960, en el mes de agosto, cuando las lluvias son parte importante del paisaje de la Ciudad de Ixtepec, Oax., nacía Alejandro Cruz, hijo de Miguel Cruz y Gabriela Martínez; quien fue ayudada a parir por la comadrona del pueblo.

Su infancia comienza a vivirla en México, D.F., y es ahí donde comienza a tejer sus primeras fantasías y sus deseos de conocer los escenarios donde se desarrollan las historias de Na’ biela, su madre, le cuenta. A los nueve años regresan a su natal Ixtepec, para iniciar un nuevo peregrinar que lo lleve por los rumbos de la alberca, de la ladrillera, de los pitayales, de los arenales a la orilla del río.

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Cuando camina de la estación a la ladrillera, ve correr las iguanas y los conejos, al atardecer la posibilidad de encontrarse con los duendes o los chaneques le despiertan una sensibilidad para hacer posible el sueño de volverse viejo y sonreír a los niños del futuro incierto; conoce a Lucrecia, a Estela, a Manuel López, a Jesús Méndez, comparte con ellos la intención del saber en los salones de la Rafael Ramírez, como antes de la Fray Mauricio, después se monta en los pupitres de la Diurna y comienza a explorar con más pasión los andares del escribir y sus primeros versos son frutos que se dan por racimos, aunque no maduran y cuajan como él quisiera.

Para 1977 ingresa a la Escuela Normal del Istmo, y a la par de eso, comienza a involucrarse en los movimientos obrero y campesino de su pueblo; aparece su primera revista literaria con un círculo de estudiantes normalistas, publica en el periódico “El normalista” su poema EL CRISTO NEGRO bajo el seudónimo de JOE KENT; gana una beca para asistir a un taller de poesía en el INBA donde conoce a David Huerta, Tito Monterroso, David Ojeda, Gustavo Sainz, entre otros.

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Apasionado por la efervescencia política que se da en el marco del Movimiento Democrático Universitario, de la COCEI, del Frente Único Popular, se incorpora de manera comprometida a estas luchas, lo que le permite conocer a otros seres que le hablan las historias de Damiana Man, la mujer que fue vendida por dos pesos de mezcal y una caja de cigarros; de Lucía Zenteno, aquella que en sus cabellos llevaba el río y sus peces; a Pulinyerri que soplaba las espaldas para espantar al susto; de Na¨Yoma y de tantos y tantos que hicieron surgir las historias que el tiempo no registra.

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El dolor empezó a hacerse presente, los buenos amigos y la gente querida iniciaron una cadena de muertes, lo que hace, casi por compromiso moral, enhebrar relatos y versos para recordarlos y concelebrarlos en sus viajes al eterno, de ahí HAGAMOS UNA PINTA AL CIELO, donde hay un canto al heroísmo del pueblo Chimalapa, a la lucha de Polín De Gyves, y lo que le da nombre al poemario, un rotundo reclamo por la muerte de Hugo Manuel Mayoral Palafox y de Rubén Valencia López; canta también a la muerte de Na Beta, de Na Bundia, de Ta Cundo, de Xduladi y muchos más.
Prolífico como era, funda la Asociación de Poetas y Cuentistas de Oaxaca, participa en una serie de encuentros de poesía y eventos culturales, nos muestra una variada gama de escritos y estilos poco comunes, es ejemplo vivo para los jóvenes poetas del Istmo.
En el ruido de la grava acariciada por sus pies descalzos, en el suave rozar de la arena, desenreda la historia del chamizo, la huida de los bicuniza y la desaparición de las hortalizas y las milpas, encuentra en el amor de Manuela la extensión de sus pensamientos con la llegada de Tania y de Manuel Alejandro.
Un día aciago, no por aciago menos imborrable, ese 24 de septiembre de 1987, una mano no anónima, hizo un disparo, parafraseó a Mejía Godoy, “mordió tu carne dulce, la bala de un cobarde, callaron los poetas, cuando se fue tu tarde” y ese balazo hizo que sus ideas y sus personajes se fueran diseminando por el extenso horizonte y los que veníamos detrás fuéramos recogiendo para darles forma, darles vida, darnos la posibilidad de encontrarnos jodidos hacedores de versos.
Murió Alejandro, pero el sueño mezquino de matar su ejemplo, su obra no se ha cumplido, por fortuna para los que le sobrevivimos, porque pocos son los elegidos y, Alejandro nos lo demuestra, son incontables.

Mayo 2005. Cruz Martínez, G. (2005). Semblanza de Alejandro Cruz. En Editorial

 

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